


Junio 28 de 2008. Washington acusa a Damasco de querer construir un reactor nuclear sin propósitos prácticos.
Junio 13 de 2009. Barak Obama comienza su gira por el mundo musulmán y da impulso a una ofensiva diplomática para buscar la paz en Medio Oriente.
Junio 24 de 2009. Estados Unidos envía un embajador a Damasco poniendo fin a cuatro años de ausencia diplomática en Siria.
Julio 26 de 2009. Washington contacta al presidente sirio Bashar al-Assad y propone construir una relación bilateral basada en el respeto e interés mutuo.
Estos hechos más que sumar una noticia a la agenda informativa de los medios e interpretarse como síntoma de buena voluntan por parte de Estados Unidos, deben suscitar cuestionamientos y nuevas reflexiones entorno a la nueva estrategia geopolítica que la superpotencia ha trazado para superar la grave crisis económica que la aqueja.
Si tomamos en cuenta las cifras de cuánto gastó la administración Bush en la invasión a Irak y Afganistán, alrededor de 903 mil millones de dólares que representan un 58% del incremento del gasto militar a nivel mundial, nos damos cuenta que la “Guerra antiterrorista” es en parte la responsable del dramático panorama financiero estadounidense.
Pero ¿Acaso una guerra no es el pretexto perfecto para reactivar la economía de un país?
El 21 de septiembre de 2001
Desde 2002, el valor de estas empresas líderes en la industria armamentística se incrementó el 37 % y cientos de miles de empleos de alta tecnología dependen de contratos militares. Estados Unidos se convirtió en el mayor exportador de armas con unas ganancias anuales de alrededor de 33 mil millones de dólares. Es obvio que la guerra es buena para la industria de las armas.
¿El problema? La guerra en Irak ha tomado más tiempo y víctimas de lo previsto. Mientras en el sector privado llena sus bolsillos, en el gobierno las pérdidas han superado ampliamente las ganancias, su imagen ante la opinión pública se ha deteriorado considerablemente y las arcas del Tesoro no pueden darse el lujo de cubrir todas las necesidades del Pentágono.
Durante los ocho años de la presidencia de George W. Bush las fuerzas armadas norteamericanas consumieron cerca del 6% de la economía del país y los gastos militares se incrementaron a su nivel más alto desde
Al parecer, dentro del Nuevo Orden Mundial, el imperialismo estadounidense se encuentra seriamente comprometido y debilitado en medio de una cruenta guerra por el control de territorios y la apropiación de recursos naturales. La guerra en este caso no ha sido rentable para el Estado.
Al igual que en Vietnam Estados Unidos encontró un elemento sorpresa que cambió sustancialmente el resultado final: el componente cultural, ese arraigado sentido de identidad característico de los territorios ocupados. Gran parte de la población se niega a adoptar el sistema de valores estadounidense y se ha organizado para atacar todos los elementos asociados a occidente.
Creo firmemente que cada pueblo es responsable de su destino. Asumir los ideales de democracia y libertad occidentales debe ser parte de un proceso histórico que surja como iniciativa del pueblo. Imponerlos a la fuerza es un acto que violenta la cultura generando más desprecio que simpatía.
Lo que más preocupa a los estadounidenses ahora no es la seguridad de sus fronteras, tampoco si Estados Unidos logró derrotar la “tiranía” en Medio Oriente o si sus habitantes felicitan a los norteamericanos por semejante acción tan "altruista y heroica", lo que verdaderamente importa es la seguridad laboral y el futuro económico.
El viraje de la mentalidad y política norteamericana sólo dice una cosa. La superpotencia se encuentra agotada, debilitada y al borde de la quiebra. Obama lo sabe. Sigue a pie de la letra el papel que se le asigna a los derrotados: agachar la cabeza y conciliar. Es un pacifista que pretende reducir las ganancias de la industria bélica para recuperar la economía pero ¿logrará que estos gigantes renuncien a sus ganancias en pro del bienestar nacional?
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